Las canciones de Pablo, al aire

Hace un par de meses tuvimos el gusto de encontrarnos con Pablo Fernández Christlieb en Querétaro, a propósito del Seminario de Psicología Colectiva que tradicionalmente imparte en la Maestría en Psicología Social de la UAQ. Ahí, por sorpresa y con la generosidad que le caracteriza, Pablo nos regaló su último libro (y también unas chelas), recién salido de la imprenta:

Filosofía de las canciones que salen en el radio

Pablo Fernández Christlieb
Monterrey: Ediciones Intempestivas, 2011.


Ensayo que pronto nos convence de que no hay mejor manera de aproximarnos a los sentires más íntimos de la sociedad que a través de la música pop y sus canciones. Unas horas después, como si fuera designio, nos topamos también en Querétaro con Livier Fernández Topete y Héctor Alvarado, quienes estuvieron a cargo de la edición del libro desde su interesante proyecto Ediciones Intempestivas. Ahí nos convidaron a la presentación del libro en Monterrey, que se llevó a cabo el 17 de noviembre de 2011. Livier nos comparte los textos leídos en la presentación y algunas fotografías.

A fuego lento o Las canciones de Pablo

por Livier Fernández Topete

Cuando leo a Fernández Christlieb (quiero decir mejor, a Pablo), me pasa algo muy parecido a lo que aseguran sobre el escritor y cantante Leonard Cohen, The Edge y Bono, respectivamente, en el homenaje titulado I´m your man:

Leonard me recuerda a los primeros días de algunas religiones, donde desde el principio entendieron que para oír la voz de Dios (o sea, la voz social), tienes que ir a algún lugar muy, muy silencioso. La gente se aislaba, se iba al desierto y hacía esfuerzos por escuchar.

No te da la sensación de esos de “Me levanté esta mañana y me topé con esta maravillosa canción, y ahí está, surgida de la nada”, en su caso es más bien: “No, no, ésta me llevó muchísimo tiempo”. Se pasaba días trabajando para alguna de las líneas, así que necesitaba un año para una canción.

No creo que ni Leonard ni Pablo (bueno, a Cohen sí le dio por algo parecido en algunas temporadas) hayan tenido que llegar hasta ese punto de retiro real y místico para ser capaces de encontrar el silencio hasta en el ruido y viceversa. Lo que sí parece un común denominador es el de la precisión de las palabras, el del eco que sus voces despliegan por un buen rato. La de Pablo es una escritura de lenta cocción, nada qué ver con a fuego lento, a fuego viejo que canta Rosana, estilo fast food.

Filosofía de las canciones que salen en el radio
es un libro que no tiene prisa, pero sí ritmo y forma que fluye y se acomoda con cierta velocidad. Y como forma es igual a contenido o debiera serlo, aquí sí se cumple esta regla estética y uno podría casi cantar el libro, pues el ritmo que encontramos en las canciones pop, que son de las que nos habla, mejor dicho de su relación con la forma de ser de la gente que las escucha, tal ritmo es proporcional aunque afortunadamente de otro género, al ritmo de su escritura.

Es un honor para Ediciones Intempestivas tener dentro de su catálogo esta joya especular acerca de la música popular en español, en la que sin duda podemos mirarnos. Filosofía de las canciones… (sorprendente y al mismo tiempo cercano talismán), es un libro-perla que no requiere más presentación que la de tomar, casi al azar, cualquiera de sus capítulos y ponerlos, ponerse uno mismo, a prueba.

Se trata de una investigación cuidadosa y al mismo tiempo ocurrente, que recoge parte de las canciones pop en español que aparecen constantemente en la radio por su naturaleza sumamente afectiva y hasta hiper sentimental. Dichas canciones además parecen ser comunes en el pensar-sentir de mexicanos en particular y de latinoamericanos en general. A través de sus letras y reiteraciones en la onda colectiva que recorre el aire y que es la radio, el autor desprende reflexiones sugestivas acerca de la cultura cotidiana y del pensamiento colectivo que prefigura o se dibuja en su música, especie de sonsonete que llevamos –más allá de la voluntad- muy dentro.

Esta investigación devino ensayo teórico-literario, lo primero en el sentido de la psicología social afectiva que es la línea oblicua planteada por el autor desde hace años, y lo segundo, por su ritmo que permite sumergirnos en la sonoridad cercana a lo conversacional que caracteriza a Fernández Christlieb y que hace de sus textos casi “curativos”, en el sentido de que al posibilitar la sincronía autor-lector, -como él menciona en otro de sus libros- la carga que la vida nos impone se aligere, como cuando uno platica, dejándose llevar por el vaivén de las palabras que entre dos o más se crea en el café o en el bar, con los amigos.

En Pablo encontramos no solo psicología social sino psicología estética, atravesadas por una poética femenina, por supuesto no en cuanto a su reducción al género como tal, sino en tanto lírica agrietada, blanda, elegante y frágil; otra vez como le pasa a Cohen con el asunto de lo “débil”, cosa que podemos sentir desde los títulos de ambos: Energía de los esclavos, Hermosos perdedores, El espíritu de la calle, La velocidad de las bicicletas; en los dos, hay un gusto simbólico por los débiles, una construcción incluyente, lejos de una lógica victimaria de quienes eligen o no, pero terminan siendo débiles, esto en oposición a la lógica del poder de los fuertes.

Pablo nos invita constantemente a vivirnos no como víctimas del poder, sino como detractores o subversores de éste:

Cito: Las canciones y las conversaciones son de género femenino; masculinos son los tecnicismos de los expertos. Lo que podría parecer pasividad christlebiana por la suavidad en su escritura, sus temas y sus formas, es más bien acción fundida con la realidad multiforme.

En el prefacio del libro, Pablo menciona una definición no purista de filosofía que reza: la filosofía consiste en averiguar qué quiere decir lo que decimos, en saber qué es lo que sabemos; agrega que como lo que nos sabemos de forma más espontánea son las canciones, entonces resulta interesante pensarlas, pensarnos a través de ellas. La mirada de este libro está puesta más en el escucha de dichas canciones, no busca tanto decir qué es la canción, sino quién es la gente.

El propósito, según el mismo autor considerando apuntes de Gabriel Zaid, es encontrarle la poesía a la gente; hay que buscar entonces no solo en los libros de poesía, sino en las canciones mismas, que quedan mucho más cerca de la gente que los primeros.

En este ensayo de largo aliento el lector se encontrará con ideas como las siguientes: cantar es hundirse en la memoria de la cultura; la memoria es un depósito estético; el radio es nuestra única democracia; nosotros no cantamos sino que las canciones nos cantan a nosotros; las canciones son como poemas de amor; el amor es un sentimiento de pertenencia, no de posesión, sino de pertenencia a algo más grande que uno: su cultura; las canciones no son la pronunciación de lo impronunciable aunque así las sintamos, sino la celebración de lo pronunciado, porque las canciones pertenecen no a la música sino al lenguaje.

El lugar de las canciones está justo entre la poesía que está hecha de lenguaje metafórico, razón por la cual se despega de la tierra y nos queda medio lejos, y las conversaciones que son las cercanas a todos y que están hechas tanto de sensateces como de disparates. Conversar es pensar pero a un ritmo más lento, es un pensar anticipado, entre el sentir y el pensar, platicar hace posible el pensamiento, gracias a los otros es posible eso que puede llamarse conocimiento.

Imagino que un libro como éste se armó a partir de hábitos hechos de pensamiento tortuga, definitivamente no se hizo de un momento a otro como esa canción de a fuego lento; todo lo contrario, su ritmo interior, aunque el exterior le exija otra cosa, es de onda lenta, no como ola salvaje, sino como pequeña ola, más de río que de mar.

De la misma forma en que Pablo nos recuerda lo que le ocurre a la sociedad: “ella sabe sola adónde va, y se toma su propio tiempo”, Filosofía de las canciones que salen en el radio no aspira a discurso intelectual pero se le da muy bien lo de ser espejo amable, sobre todo crítico, sin ser instructivo y mucho menos pretenderlo, de la realidad social, y tuvo que pagar la renta diaria y lenta del oficio incierto de la escritura, que por lenta es cara, como ha hecho Cohen, en su Torre de la canción.




“Lo que el señor quiso decir…”

por Roberto Maldonado Espejo


“…te quiero un chingo

(Frase oída por casualidad frente a una rocola en lugar y hora impropios).


“Lo que el señor quiso decir….” Empezaba, siempre, el discurso de cierto vocero presidencial dedicado a enderezar los entuertos de su patrón. Triste oficio el de interpretar pendejadas. Resulta peor cuando se trata de discursos inteligentes, entonces a “Lo que el señor quiso decir…” le sigue una estupidez potenciada. No era necesario que lo descubrieran Eco y la Sontag. Este último es el caso. No sólo se trata de un discurso agudo que viaja en tantos registros que uno no alcanza a discernir si se trata de sarcasmo, ironía, seriedad monacal o, simplemente, una naturaleza inocentemente perversa, deliciosamente inocente y perversa. Así que, con toda franqueza, me andaré por las ramas para que ustedes, acuciosos lectores, disfruten de esta filosofía simple –La de Fernández Christlieb- que es bastante compleja. Además, es la más paradójicamente probable.

Se atiene a lo que dijo un indiscreto poeta: las canciones del radio son la poesía de diario, poesía para todos. Inaugurando con esto el análisis literario de los poetas contemporáneos, uno los lee después de este libro y se da cuenta de dónde salieron imágenes como “virgen puta que miras como mariposa o …del mar y sus agravios/ la última copa/ de sangre/ se desborda…” Y ya, ahí cae uno en cuenta que los poemas de a de veras sirven para recordar canciones. Al menos los poemas de los que quieren salir del coro de la literatura a la palestra de los solistas. Es más: las canciones del radio son los únicos objetos de lenguaje que se apegan a la definición de Vicente Huidobro. Nadie hablamos así, nos sentiríamos ridículos diciendo “…poema es un pájaro en el nido que se muere de frio…”, pero cuando musitamos la canción se nos ponen rasposas las partes non sanctas. Como los poemas, las canciones no son, pero son algo que debería ser.

Son lo más popular de la cultura popular, si nos desentendemos de las definiciones de los burócratas del arte, que no van más allá de las artesanías jipis o indígenas y los pintorescos mercados pasando por las manualidades de migajón de pan o papel de china, Filosofía de las canciones que salen en el radio es una reflexión de las afirmaciones más osadas, es decir, de lo que aparenta ser el resultado de otra reflexión, porque estas canciones siempre están afirmando algo, incluso cuando lo niegan o lo ponen en duda. Más aún, son lapidarias, pulen las piedras preciosas de nuestros sentimientos y no pocos epitafios son partes de ellas. Es como hacer historia con lo que apenas está pasando, sin tomar distancia y haciendo vigente el chiste aquel sobre el tiempo, sabia virtud: lo que usted me diga ya es pasado y lo que me va a decir está determinado por lo que ya pasó; así que vivir el presente no se puede más que en canciones que se atienen a lo que nos ha acontecido, o nos puede acontecer o, al menos, nos podemos imaginar que nos ha pasado. No se trata de la historia que hicieron los próceres gracias a los demás, ni siquiera se trata de los demás pero sí, no como movimiento de masas, villistas, zapatistas, el 68… se trata de una dialéctica mucho más rápida y siniestra, de algo tan personal y a la vez tan de todos, de las canciones que oímos sin que reclamen nuestra atención, o mejor, sin que nos distraigan demasiado. Uno escucha y, como dice el autor, hasta parece que me la compusieron a mí, me siento tan yo como usted se siente tan usted con la misma canción, ya ve, somos tan especiales, tan distintos a todos los demás como igualmente iguales. Claro, democráticamente hablando también, todos somos igualas, nada más que en cualquier otro renglón de la existencia hay unos más iguales que otros.

Soy hombre de radio. Usted, y hasta yo, podemos dudar de la primera parte de esta aseveración, pero no de la segunda porque todos somos sujetos de radio, sujetos en cuanto individuos y sujetos a un lenguaje, diría un prestigioso psicoanalista bastante desconocido así que para qué citarlo. Como la mirada y los colores, como respirar o comer, sabemos para qué sirven pero no cómo funcionan y acaso ni nos interesa, pero nos va conformando, haciéndose nuestro cuerpo, de tan abstractas no sabemos que desatan oleadas hormonales que bañan nuestra carne y son nosotros. Generalmente están hechas de palabras tan comunes que forman el arsenal melódico y rítmico de nuestras cincuenta palabras diarias, pegajientas como lodo drenajero van diciendo qué comimos, no qué presumimos comer. El día de la ópera una señora tarareaba “Corazón partío” mientras caminaba a la salida. Como muchos de los asistentes ya había cumplido con genio y figura, así que le vino el desliz de autenticidad, su vida sentimental de diario, algo así como salir de misa el domingo y rayarle la madre al limosnero.

Si nos clasificáramos con las canciones que corren en nuestras venas –No las que decimos que nos gustan para colarnos en alguna clase- sino las que, realmente, son la sangre que circula en nuestras arterias, entenderíamos de volada la teoría de conjuntos de Cantor, nos intersectaríamos, nos uniríamos, nos avecindaríamos y seríamos ajenos, todo al mismo tiempo y lograríamos ser el imposible conjunto de conjuntos. Le daríamos existencia firme a la enciclopedia china de Borges, citada en el libro de Foucault.

El último descubrimiento de nuestro saber es el redescubrimiento de Linneo, una taxonomía feroz que todo lo clasifica, haciendo del árbol filogenético de todos un bosque impenetrable hasta para Hansel y Gretel. Han surgido las fenomenologías más chistosas ¿Es usted metrosexual? No soy vegetariano… ¡Ah! Yo soy Géminis, ella es fresa y anda con un naco. Sí, pero no deja de ser chido. Así que las canciones que hablan de una señora con sombrero como el que se ponía el viejo Chagall se vuelven de culto. Si los jóvenes se acuerdan de Milanés es porque volvió a las raíces: el son y el bolero, lugares musicales a donde volvieron los rockeros cuando descubrieron que el español no tiene acento diatónico y está hecho para las cuartetas y las décimas. Nomás soltaron a los viejitos que cantaban para burgueses –la Vieja Trova- y la nueva necesitó medias suelas. En definitiva: las canciones no sirven para vender conciencia, sirven más bien para que aflore el inconsciente. Aún recuerdo a los vejetes muriéndose de nostalgia viendo a un Joven Jagger setentañero saltando, gritando y erecto.

Pero estábamos en lo de la taxonomía, las clasificaciones. Hay estudios –se dice que científicos- para determinar el sexo del hijo antes de darse a la calistenia del balero. Estudios para saber porqué los transexuales se prefieren rubias. Estudios para saber lo que sienten los niños según su número de lista. Estudios para saber que clase de buling afecta a los feos. Estudios para saber a qué clase de pendejez pertenecemos y hasta estudios para saber qué hijos tuvieron los que fueron casaderos en el 68. En este libro, sin leerlo con mucho cuidado, dejando en el desenfado y la sonrisa idiota las afirmaciones, se da uno cuenta de que Engels leyó así a Fabuerbach y por eso descubrió la lectura sintomal. La mejor y más efectiva clasificación la descubrió Fernández Christlieb, (Cuando a este texto se aplica uno a lo que calla, entonces quisiera saber de dónde salió este método de pensamiento contra el desdén académico, de seguro ahí hay deliciosos chismes que, cuando los sepamos, serán también parte de la academia) a usted le salen las cosas, ahora, según las canciones que escuchó sin escuchar en alguna etapa singular de su vida. Dice que hay de músicas a músicas, la música nada más y la de las palabras y cuando se privilegia la primera sin darle importancia a la segunda, dejando que las palabras digan cualquier cosa o nada “Es un chico bien/ye-ye/usa botas y gazné…” o “Se paran de puntas como un puercoespín/Parecen estatuas de san peluquín…”, Explica el comportamiento de quienes nos gobiernan ahora, porque fueron las canciones de su juventud.



Así que Sabina tuvo razón. En un restorán de Madrid lo saludó un señor diciéndole “…soy el embajador de México en España” a lo que el cantante contestó: “yo también” y con esto se demuestra lo que dije al principio: las canciones nos hacen iguales, a unos más que a otros, porque a Sabina lo conocen todos aquí y allá, mientras que a Zermeño… Que tiene que hacer cita con el presi, que, sin empacho, quebró su apretadísima agenda para comer con Sabina en Los Pinos.

Como ve usted, esta manera de hacer la historia de diario y reflexionar con cuidado sobre las cosas que hacemos con la mayor simpleza, nos puede llevar a explicaciones que expliquen el porqué de los niños de Harvard, de Yale y los de cualquier colegio, incluidas las escuelas públicas. No cabe duda que lo mismo se podría hacer con los líderes sindicales, los ninis, los padrotes y los ejecutivos, las feministas a ultranza, los machos irredentos, los homosexuales arrepentidos… en fin, replantearnos la sociología, la teoría de masas, la mecánica cuántica y la aritmética transfinita junto con las finadas clases de cocina de Diego…

Le decía, soy de radio, conocí la tele a los 14 años, por eso no tengo secretos. No había más que el radio y el cine y por las tardes el arte de la conversación viendo y oyendo –junto con la XESB- a mis tías en las mecedoras sobre la banqueta, oyendo –junto con la rocola del club Churubusco- las tallas de mi tío Raberiano y el tío Vito. Por eso ahora se me antoja inexplicable que a los políticos no les haya dado por ser cantantes, es la manera idónea de la buena fama y aunque sea posible que, en un futuro próximo, tengamos presidente actor, mejor sería un cantante ¿No cree? El Ojo de Vidrio, Rafles, el ladrón de las manos de seda o Lacroix eran los personajes más famosos junto al Panzón Panseco ¿Porqué no cantar canciones donde los héroes sean diputados o candidatos en lugar de prohibir los narcocorridos?Recuerdo que a mis amigos les parecía cursi Agustín Lara, pero no tenían empacho en cantar “ Nena quiero estrechar tu mano” dejándose el pelo largo y a las muchachas de la secu cantarnos “Tomás uuuuhhuu Tomás que feo estás” así que imagínese cómo nos hicimos viejos… Salvadas todas las distancias no nos quedó más que el cinismo, algunos cínicos, nada más, otros, como Sabina, casi en el sentido de Diógenes. Mucho antes de las redes sociales, antes del celular y la internet, nos dimos cuenta, gracias a las canciones de la radio, que la intimidad era puro cuento, que si a alguien se le veían los ojitos como quinceañera recién desquintada con alguna canción era porque no tardaba en dejarnos solos en el billar, que si mi oximorónica tía Anita recordaba su brillante oscuro pasado era porque había escuchado una nueva canción que era igualita que la del burdel de sus amores: Virgen de medianoche con Daniel Santos, que a mi tía Bacha, bizca ella, se le enderezaban los ojitos con La Cucaracha y la motita que conseguía de vez en cuando con los mineros. Hay cinismos de la clase de María Carey, cuyas canciones nos arrancan los ojos a mordidas hasta llegar a la lobotomía, otros como el de la rubia Pau, que nos deja como adolescentes con primera regla y el de Ricky Martin que cuando lo escuchamos corremos a buscar una mano amiga….

Es la memoria, la puta y pinche memoria, pero no como para pensar ancianamente, en la mecedora esperando que los hijos nos hagan la caridad de llevarnos a pasear, no para pensar que todo tiempo pasado fue mejor, no, la memoria se malgasta con la nostalgia porque se queda uno estacionado añorando el sexo que nunca tuvo, desentonando canciones viejas -que son las mismas que las de ahora-. Si escuchamos al desgaire pero leemos nuestra experiencia con las canciones “Cual casi todo perro popular” –Diría Zitarrosa, nos damos cuenta de que la memoria no trae el pasado no tal como ocurrió, sino como debió acaecer mejor, que gracias a las canciones la memoria nos trae pedazos de estructuras que ahora, aquí y ahora, nos son útiles –“Noche de Ronda-Noche de copas-Me abandonaste mujer porque soy muy pobre-No tengo dinero ni nada que dar….” Fíjese cuales canciones han marcado su vida y le será más divertido que el diván del psicoanálisis y mucho más barato, total, la cura total no existe, sólo el total de Celio González y el de la tienda de la esquina y el de las cantinas…

No soy quien para hacer recomendaciones, pero le aseguro que Filosofía de las Canciones que salen en el Radio es una de las lecturas más útiles y divertidas que he tenido, es una lectura de varios, Mi compadre Erick, que lee en el baño –y lee mucho- de esa manera mide la intensidad de sus afanes, le asignaría varias jaladas a la palanca y no pocas veces de nalga dormida, aunque oiga pura música clásica –Eso dice él, pero lo he descubierto tarareando las de La Academia y La Voz México.- Que, a propósito, las canciones salen en la tele a condición de que el radio las haya hecho conocidas.

Acaso cuando usted lea este libro pueda descifrar el acertijo de moda, la adivinanza que trae en vilo desde hace algunos años a intelectuales y psiquiatras con Aserejé de Las Ketchup: “Y la baila y la goza y la canta aserejé…” Que no se puede resolver si no se ha escuchado, sin escuchar Me gustas tanto, la última de Paulina Rubio.

Puede que pormenorizando y con mucha picardía, descubramos que esta poesía de diario, como la llama Zaid, es la que engendra esas imágenes sesudas de muchos poetas que quieren salir del coro, no es difícil si se tiene la malicia bendita de llegar a donde abrevan los suicidas, los concupiscentes, los circunspectos, los secuaces de nadie, los cómplices de nada, las estafirulitas dentríficas y los ferratines alegóricos.

Buena suerte y muchas gracias.

Monterrey, noviembre de 2011.

... y Pablo




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Gracias a Pablo por el libro y a Livier por compartirnos los textos y las fotos. A edblacksoul le tomamos el video prestado, también gracias.

Comentarios

E.I. ha dicho que…
Qué bonito quedó, gracias también a ti.
Josep Seguí ha dicho que…
Muchísimas gracias, Chac!!!

Abrazos!

Josep
Brea ha dicho que…
Y Pablo lo vuelve a hacer! , q chulo! comparto el enlace! que tal todo por alla!! besos!
Ana